Estas dormida junto a mi, tu pequeña pierna sobre la mía,  observo como descansas y suspiras tranquila, me doy cuenta que  cambiaste, creciste y todo pasó tan rápido.

A pesar de que compartimos todos nuestros días juntas desde que naciste, hoy noté aún más que el tiempo pasa volando, que ya no pides que te cargue todo el tiempo, que mueres de ganas por conocer el mundo que nos rodea y quieres explorar cada rincón a tu alrededor.

Siempre, siempre tú

Hoy fue un día pesado, no entendía porque llorabas, mis tareas pendientes que se postergaban más por atender tu llanto contribuyeron a que mi paciencia comenzara a agotarse, no te grite, mucho menos te golpearía, simplemente conté hasta 20 y con la voz más sería y desesperada con la que te he hablado te dije que no te entendía, que no podía hacer nada para calmarte y que me rendía.

Entonces vi tu carita, tu mirada tan asustada y me arrodille a tu altura, abrí mis brazos y tú simplemente corriste a mi con tus brazos abiertos, me besaste y dejaste de llorar, como si hubieras entendido mi sentir.

Gracias por darme esta lección, por recordarme que soy el adulto y que para ayudarte a aprender a reconocer y manejar tus emociones debo primero hacerlo con las mías, perdón sin mi tono de voz te asustó o te lastimó, a veces se me olvida que estás creciendo y que quieres entender que es lo que sientes y que nuestra tarea como papás es acompañarte y enseñarte.

¿Y mi vida?

Me recordaste que mis ocupaciones no van a sentirse mal sino las atiendo en ese momento, que la casa y los trabajos siempre van a existir, pero que tú día a día creces, que algún día no vas a gritarme «mamá» todo el tiempo, que dejaras de darme la mano para invitarme a leerte un libro y que un día ya no querrás estar dormida a mi lado como lo haces esta noche.